9. Habich y la Guerra con Chile
- En 1879 la Escuela de Ingenieros estaba todavía consolidando su estructura. Biblioteca, laboratorios, museos, gabinetes y enseres llenaban ya muchas de las dependencias del local. Pero faltaba aún mucho por hacer. Para una institución en proceso de consolidación, la guerra y la ocupación del país por ejércitos enemigos es una prueba demasiado dura. Antes de concluir el año escolar de 1880 fue necesario interrumpir las labores porque los alumnos tuvieron que engrosar las filas del ejército y los profesores fueron solicitados para prestar sus servicios técnicos en la construcción de las defensas. Habich vio con dolor la dispersión de su gente. Los claustros se quedaron vacíos y un silencio de muerte recorrió las aulas y los patios llenos antes del bullicio estudiantil. Las tropas chilenas entraron a saco en la ciudad y convirtieron la Escuela de Ingenieros en un cuartel. Hay un dolor reprimido en la descripción que hace Habich de estos momentos en 1883. “Vino, por fin, el año de 1881 y con él la ocupación de Lima por el ejército chileno, convirtiéndose la Escuela en cuartel. Todo lo que no fue llevado por los chilenos , fue destruído no quedando al momento de su salida en 1883, sino pura y simplemente el local, y éste en el más completo estado de inmundicia y ruina”.
- Pero el espíritu de Habich, que conocía la lucha en defensa de los valores nacionales, no podría arredrarse ante el invasor. Duro es confesar que algunos de los profesores extranjeros y no pocos ingenieros del Estado abandonaron nuestras costas cuando el peligro se cernía sobre nuestras fronteras. No faltaron a Habich propuestas de Europa y de otros países latinoamericanos. Pero ¿acaso sería capaz de separarse de una obra apenas iniciada y ya destruida? No en vano pudieron decir los periódicos que el ingeniero Habich nos acompañó en nuestros momentos aciagos. Permaneció entre nosotros. Es más, se presentó ante el Jefe del ejército invasor para increparle la brutalidad de la soldadesca. He conocido, le decía, el barbarismo de los zares y he sufrido en carne propia su ferocidad, pero los rusos nunca se atrevieron en Polonia a tocar las instituciones de enseñanza. Vuestro ejército, proseguía Habich con un nacionalismo poco frecuente entre extranjeros, ha saqueado nuestro patrimonio cultural, ha practicado el pillaje en la Biblioteca Nacional y ha destruido los enseres y pertenencias de la Escuela de Ingenieros mostrando instintos más bárbaros que los feroces cosacos.
- La increpación de Habich no dio todo el resultado apetecido. Le fue permitido solamente acercarse a los muros de la Escuela con dos carretillas y extraer el material que entrase en ellas. Pudo así salvar parte del archivo de la secretaría y de la dirección, que guarda hoy celosamente la Universidad Nacional de Ingeniería porque en esos documentos se da cuenta de los primeros pasos de la Escuela. Pero la mayor parte de los enseres fueron destruidos, los libros desmantelados, rotos los laboratorios y aun las cañerías dejadas en estado de inmundicia y ruina. ¿Que se podía hacer ante tal situación? La huida era una posición demasiado fácil para un hombre avezado a la lucha.
- Sin contentarse con el estado de cosas, Habich acude a la única autoridad peruana del momento, el Alcalde Municipal de Lima, “A fin de que arreglara con las autoridades chilenas el modo más eficaz de resguardar el material del establecimiento, “pero tanto mi representación verbal -dice en un informe en 1883- llevada a cabo en los primeros días de febrero de 1881, como la que por escrito elevé al Sr., Alcalde en 16 del mismo mes, no dieron resultado alguno”. Instalado el Gobierno Provisorio, Habich se dirige al ministro de instrucción con el mismo objeto obteniendo el mismo resultado.
- A pesar de las dificultades, de la carencia de local, enseres e instrumental de enseñanza, se abren las puertas de la Escuela en mayo de 1881 en un departamento del Instituto Matemático prestado por José Granda. A este local improvisado e inaparente acudieron alumnos y profesores para continuar con las labores académicas. Por otra parte, no había presupuesto para cubrir los gastos de mantenimiento y de sueldos. Por la ley de 1877 se había concedido a la Escuela recoger quince soles al semestre por pertenencia minera por concepto de impuesto. Esta entrada única fue suprimida en los años de guerra. Durante cuatro largos años los profesores y empleados reciben solamente una “buena cuenta” que cubría una parte mínima del sueldo establecido. En 1883, por ejemplo, se adeudan a Habich 12,133 soles de los 13,000 que debería haber recibido desde 1881.
- Parecería que todo se confabulaba secretamente para disuadir a Habich de proseguir con la obra emprendida. Pero el hombre que supo hacer frente con un puñado de voluntarios mal armados al ejército de los zares estaba hecho a las dificultades, a la penuria, a caminar entre tropiezos. Y junto a él estaban quienes permanecieron fieles a su tarea de maestros porque conocían la trascendencia de la Escuela de Ingenieros. Había que reconstruir el Perú y nada podía contribuir mejor a esa reconstrucción, según la mente de Habich, que dotar al país de hombres disciplinados y capaces de explotar técnicamente las fuentes productivas.
- Con un esfuerzo mancomunado se comenzó la reconstrucción. El local del Instituto Científico que prestara Granda era un viejo establecimiento que estaba estaba derruido. Se alquila entonces por cien soles mensuales el Convento de Santo Domingo hasta que se practiquen las refacciones en el antiguo local. Había que volver a dotar a la Escuela de biblioteca o instrumentos de enseñanza. Habich acude para ello a particulares e instituciones nacionales y extranjeras pidiendo donativos, subscripciones gratuitas a revistas, muestras mineralógicas para los museos. Porque en las actuales circunstancias de depresión nacional, anota Habich, debemos reconstruirnos por el trabajo metódico y constante. Renace, pues, la Escuela con nuevos bríos empeñada en cumplir la tarea de dotar al Perú de directores del proceso de tecnificación en el que se estaba iniciando el país.
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